jueves, 2 de diciembre de 2010

El perro y la paloma



Su querido perro Bobby le lanzó una mirada, rara mezcla entre desafío y tristeza, antes de adentrarse en su casita y dejar caer el cuerpo en su cada vez más deshilachado cobertor. En su hocico quedaban restos de sangre y unas plumas pegadas en la comisura. A metro o metro y medio el cuerpo de una paloma destrozado por las fuertes mandíbulas de Bobby eran el corpus delicti de su canallada.
“Se acabó”, pensó. Definitivamente su mujer tenía razón. No había espacio suficiente para tenerlo, el lugar hedía a mierda, era un problema al momento de querer ausentarse un fin de semana y finalmente, y he aquí el argumento más importante, podía en cualquier momento atacar a uno de sus dos pequeños hijos. “Se acabó y te la buscaste tú mismo, Bobby”, pensó o lo dijo en forma lastimera mientras iba a buscar una bolsa.

El perro y la paloma tenían una extraña relación. Meses atrás, siendo él cachorro y ella una cría de algo más de un mes, se conocieron mientras uno tomaba el sol en forma desfachatada y la otra buscaba alimento. Sería el calor reinante o la modorra post almuerzo lo que lo mantuvo estático y con un ojo esforzadamente abierto. La paloma avanzaba tímidamente hacia el plato de comida, alternando el movimiento de cabeza y ojos entre los pellets por allí esparcidos y el dueño del antejardín. Finalmente se animó a tomar uno de los más pequeños y procedió a comerlo de a pequeños picotazos. En el cielo un cernícalo no perdía de vista la escena.
Los encuentros se daban todos los días y casi a la misma hora. Siempre con la omnipresencia del ave rapaz sobrevolando de forma amenazante.

Al cabo de algunas semanas Bobby deliberadamente dejaba parte de su comida en un extremo del plato y esperaba la llegada de su invitada. Ésta, sin perder su timidez inicial, se acercaba delicadamente y después de merendar y beber unas gotitas de agua, caminaba a saltitos hasta un borde del jardín y esperaba pacientemente a que el cernícalo se aburriera y fuera a buscar otra presa.
Nunca se dijeron nada, pero cada uno disfrutaba de la compañía del otro. Los encuentros se hicieron a diario: por la mañana y la tarde Bobby se retiraba unos metros del lugar donde le depositaban su agua y alimento y la paloma hacía su entrada de entre las ramas de un roble. Después de comer, la paloma quedaba observando a su anfitrión. Mientras ella pensaba en lo cómodo que resultaba vivir en un lugar protegido, con alimento y el cariño de sus dueños, el perro, haciendo como que dormía, trataba de imaginar lo que sentiría si fuera capaz de volar e ir donde se le ocurriese sin ataduras de ninguna especie.
Pasaron semanas disfrutando del silencio cómplice de ambos. Hasta que un día la paloma no apareció por la mañana. Bobby esperó y esperó cavilando en la razón que habría de tener su amiga para no presentarse. ¿Se aburrió de la comida? ¿Encontró otra amistad? ¿Le pasó algo?
A las horas apareció la paloma por entre las rejas del antejardín. Penosamente se esforzaba para acercarse a la terraza que tan bien conocía. Un ala la tenía totalmente destrozada mientras que de su pecho y cuello brotaba sangre rutilante  de a gotitas. Quizás un gato o el piedrazo de algún niño, daba lo mismo, estaba severamente lastimada. Por primera vez  Bobby no encontró al cernícalo  girando en el cielo. Esta vez permanecía firme y atento sobre el borde del muro dando a entender que la presa que estaba ahí abajo era suya.
El perro se acercó a su amiga y ésta no hizo ademán de asustarse. Más bien fijo sus ojos suplicantes en los de él. Ella sabía que los cernícalos por lo general hieren a sus presas para luego llevárselas debilitadas a un lugar seguro donde las comen mientras éstas agonizan.
Bobby retrocedió. Hubiese querido entrar a su casita, cerrar oídos y ojos y olvidar toda esta situación. Sentía que se le hacía partícipe de una historia que no era suya. Tuvo el amago de una náusea. Pero no había salida. Tragó saliva, dio una última mirada amorosa y de perdón a la paloma  y le dio una rápida y mortal mordida. Fue después de dejar delicadamente el cuerpo de su amiga en el suelo cuando sintió la mirada de su amo.