- Delia, ¡recuerda que hoy traen la alfombra del salón!-, dijo en voz alta, monótona y con cara de fastidio mientras terminaba de arreglarse las pestañas.
Por el pasillo escuchó los pasitos de su hijo que se le acercaban. Tomó aire y lo exhaló conscientemente lento.
- ¿Mamá?
- Dime mi niño precioso…-, le respondió sin soltar el pintalabios.
- Te quiero mucho…-, y sonrió inocentemente.
- Yo también te quiero mucho-, le contestó la madre mientras giraba lentamente la cabeza, se miraba en el espejo y forzaba una sonrisa.
Llevaba puesto el vestido con lunares negros que se le ceñía al cuerpo y le restaba años.
- Papá también te quiere mucho…
- Sí, hijo, tú y yo sabemos que es así -dijo con fastidio- ¿te lo comentó al despedirse?
- No, ahora mismo mamá… y dice que te perdona...
- Pero..., ¿que dice qué?-, dirigiéndole una mirada incrédula, tenuemente asustada.
Bruscamente todo lo cotidiano se sumergió en un silencio.
- Que te perdona mamá…
En algún instante de esa eternidad Delia entró a la habitación con la cara desencajada, los ojos bien abiertos y el mensaje que terminó por doblegarla.
- Señora, llaman del hospital. ¡Dicen que el señor tuvo un accidente grave y que vaya ahora!